En
el fondo del bosque, donde los árboles cobran vida y los animales se
reúnen a cantar, existe una puerta que te lleva directamente al centro
de la tierra, donde se encuentra el gran reino de los Hijos. Ahí, una
vez al año, se reúnen en un gran concilio todas las criaturas. Los
señores de los elfos, los señores de los trolls, los amos de las olas,
los jinetes de la noche, los faunos, los pastores de los bosques, las
hadas de las flores y las ninfas del aire, se presentan con gran pompa y
nobleza.
Todas
las criaturas están invitadas, todas, incluso los hombres. Sin embargo,
no los dejan llegar solos, pues no hay nadie entre aquellos que viven
en las estrellas, y los que habitan en el fondo de lo mares, que confíe
en los humanos. Aun así, son parte de gran plan y está asegurado su
lugar en el concilio. Por ello, los Reyes de la Tierra mandan a las
hadas a buscar al niño con el corazón mas puro, y lo llevan, a través
del bosque, a la gran puerta, hasta lo profundo de la tierra. Al menos,
eso es lo que dicen lo cuentos, al menos, es lo que se oye en la
canciones que le cantaban sus abuelos.
Jalil
tenía 13, o 14 años. Era simpática, tierna, dulce, y muy inteligente.
Le gustaban los cuentos y las leyendas de hadas y bosques. Disfrutaba
mucho escuchar las conversaciones de la gente mayor. Su mejor amigo,
Mikhele, tenía cerca de 80 años. Vivía a dos cuadras de su casa, y lo
visitaba tan seguido como podía. A decir verdad, todos sus amigos eran
gente mayor, pues es difícil tener amigos de tu edad cuando tienes
síndrome de Down.
Jalil,
era robusta. A Mikhele la causaba gracia mirarla subir las escaleras de
su casa. Pero no de un modo mal intencionado. Sólo una de esas cosas
que uno puede encontrar graciosas en un querido amigo, sin que por ello
vaya a ofenderse.
-Pequeña –le dijo esa tarde entre risas-, vas a tener que dejar de comer pasteles.
-No estoy gorda, -replicó ella-. Retengo líquidos.
-Jajaja, si pequeña, desde luego –respondió quitando su periódico de un banco para que Jalil se sentara-. ¿Qué noticias traes hoy?, ¿Qué aventuras emprendiste este día?
-¡Las luces del bosque! –dijo ella sentándose. Las cejas de Mikhele dieron un brinco-. Anoche, había unas luces verdes en el bosque. Bozid, Marry y Farrag también las vieron. Bozid dice que cuando era niño se veían con regularidad, ¡que son hadas! ¡¿No es emocionante?! –exclamó tan entusiasmada que aplaudía y gorgojeaba. Cuando eso sucedía, le escurría saliva por la comisura de los labios. Mikhele no se emocionó, se desplomó en su mecedora.
-Han vuelto… -dijo sin querer decirlo. Las palabras se le habían escapado de la boca-. No te vayas a acercar a ellas.
-No estoy gorda, -replicó ella-. Retengo líquidos.
-Jajaja, si pequeña, desde luego –respondió quitando su periódico de un banco para que Jalil se sentara-. ¿Qué noticias traes hoy?, ¿Qué aventuras emprendiste este día?
-¡Las luces del bosque! –dijo ella sentándose. Las cejas de Mikhele dieron un brinco-. Anoche, había unas luces verdes en el bosque. Bozid, Marry y Farrag también las vieron. Bozid dice que cuando era niño se veían con regularidad, ¡que son hadas! ¡¿No es emocionante?! –exclamó tan entusiasmada que aplaudía y gorgojeaba. Cuando eso sucedía, le escurría saliva por la comisura de los labios. Mikhele no se emocionó, se desplomó en su mecedora.
-Han vuelto… -dijo sin querer decirlo. Las palabras se le habían escapado de la boca-. No te vayas a acercar a ellas.
En
casa Abín la recibió con el típico: “hola mongoloide, blaaaa, blaaaa”.
Abín era su hermano menor. Dos años mas pequeño que ella, y sin ninguna
gracia. Era uno de esos niños que resultan antipáticos. Encontraba
divertido gemir como retrasado mental (Jalil pensaba que tal vez él era
el retrasado, y no ella), y hacer un infierno la vida de su hermana a
base de burlas.
Sus
padres rara vez lo reprendían. En realidad, aunque tenían todas las
atenciones necesarias con Jalil, no les gustaba tener una hija
“diferente”. “Diferente”, era la palabra que usaban. A ellos no les
gustaban las cosas “diferentes”, y nos les gustaba su hija.
Los
ratos que Jalil pasaba en casa, lo hacía encerrada en su cuarto,
leyendo cuentos o recordando las historias que sus abuelos le habían
enseñado. Esa noche en particular, miraba el bosque desde su ventana. No
estaba lejos, a unos 500 metros de su cuarto, bajando por una ladera
poco inclinada.
-No
te acerques a ellas –le había advertido Mikhele. Muchos años atrás,
esas luces se habían llevado a su hermano. Al menos eso fue lo Mikhele
le contó. En realidad había sido secuestrado por pakistaníes, pero en
esa época, en ese pueblo, la gente respetaba y temía a las hadas de los
bosques y a los genios del desierto. Los secuestros eran una cosa
extraordinaria, y los ataques de animales eran raros. Cuando su hermano
desapareció, Mikhele y muchos otros, dieron por sentado que lo habían
tomado las hadas.
“Se
lo habrán llevado porque era un niño de corazón puro”, pensaba Jalil
con el rostro recargado en la ventana. Ella no tenía el corazón puro,
pues a veces había deseado que su hermano se rompiera una pierna, se lo
comiera una víbora, o simplemente que desapareciera. “Pero tal vez”,
pensó, “si se los pido con muchas ganas, me dejen ir con ellas”. En ese
momento se paró decidida, brincó la ventana, y se dirigió al bosque. Era
tarde, cerca de la media noche. Sus padres estarían dormidos así que no
irían a buscarla, y sino dormían, no había diferencia. Nunca la
buscaban.
Bajó
por la ladera gorgojeando y dando palmadas de la emoción. Al entrar en
el bosque se preguntó porqué lo llamarían Sordo. Más bien debía llamarse
mudo. Era completamente silencioso. También era oscuro, pero no más que
cualquier boque. La luz de la luna se colaba entre los árboles, y el
olor de los pinos, la hierba seca, los ciervos, las ardillas, y todas
las criaturas se mezclaban en un dulce aroma. El dulce olor del bosque.
Caminó
sin rumbo durante un largo rato, en el que no vio, ni oyó nada. Ni el
ulular de los búhos, ni el crujir de las hojas secas bajo el paso de
animales. No había mas sonidos que los de ella: su gorgojeo emocionado, y
sus palmadas.
Zigzagueó
sin proponérselo durante horas, hasta que se dejó caer de golpe. Estaba
cansada y decepcionada. La noche anterior había visto las luces desde
su cuarto titilantes entre los árboles. Y eran muchas, tendría que
haberlas visto nomás entrar al bosque. No fue así. Tal vez se habían ido
a otro bosque, tal vez habían regresado a su país, y no volverían hasta
el siguiente año, o tal vez… a lo mejor huían de ella como los niños en
la escuela. Seguramente era tan horrible para ellas como para el resto
del mundo. Jalil no se engañaba, era demasiado lista para eso. Su piel
era tan pálida como la leche rebajada con agua. Su cara era deforme y
regordeta. Casi no tenía pelo. Apenas unos largos mechones de cabello
lacio escurrían sobre su espalda. Su pecho caía sobre su panza como un
helado derretido. Las piernas y los brazos le pesaban, y se sacudían
cuando caminaba. En los pliegues de carne que se hacían entre sus lonjas
tenía ronchas. Era espantosa. Era grotesca, y ella lo sabía.
Su
abuelo le había enseñado a no sentir lastima de si misma. Cerró los
ojos, y los puños, para contenerse. No quería llorar. Se quedó inmóvil…
silenciosa. No sabría decir cuanto tiempo estuvo así. No mucho rato,
pero si lo suficiente para que se pasara el sentimiento. Finalmente
liberó un suspiro, abrió los ojos, y al levantar el rostro casi le da un
infarto de felicidad. Frente a ella estaba esa luz verde, como un
circulo sin bordes, como una brillante flor de diente de león de 80
centímetros de diámetro. Era más grande de lo que se había imaginado.
Flotaba como una burbuja de jabón.
-¡Un
hada! –gritó Jalil pegando un brinco-. Ho ho ho ho… -gorgojeó dando
palmadas de emoción, mientras la luz… la esfera luminosa giraba a su
alrededor examinándola. A Jalil parecía darle cosquillas. Reía y pegaba
brinquitos con los pies juntos-. ¡ho ho ho ho ho! –exclamaba.
De pronto la esfera se detuvo frente a ella, y le habló. Sus palabras sonaban mas o menos así: “tk tk tk tk tk tk tk”.
-¡Si, si, si, si. Hadita! –respondió Jalil, que desde luego no había entendido nada.
-Tk tk tk tk tk tk –repitió la luz antes de dispararse rumbo al corazón del bosque. Jalil no comprendió lo que pasaba. Creyó que la estaba abandonando.
-Tk tk tk tk tk tk –repitió la luz antes de dispararse rumbo al corazón del bosque. Jalil no comprendió lo que pasaba. Creyó que la estaba abandonando.
-¡No
me dejes hadita!, ¡Soy buena, en serio! –exclamó corriendo tras ella,
pero la esfera había desaparecido en un parpadeo. Volvió a quedarse
sola, aunque sólo unos segundos. Tan rápido como se había ido, la luz
verde regresó.
-Tk
tk tk tk tk tk –volvió a decir antes de salir disparada de nuevo. Pero
esta vez no desapareció. Se detuvo unos metros mas adelante.
-Tk
tk tk tk tk tk –dijo, y esperó a que Jalil la alcanzará antes de
avanzar otros tantos metros. De esa forma (avanzando y esperando) la
guió hasta a la parte más silenciosa y quieta, a la más honda del
bosque.
El
aire no corría. Los árboles no bailaban como en las canciones. Las
copas de los árboles se amontonaban asfixiando los rayos de luna. La
esfera verde luminosa era lo único que se interponía entre ella y la
total oscuridad.
En
ese momento Jalil estaba sudando. Estaba nerviosa. Tenía miedo pero era
rebasado por su emoción. De pronto como capullos floreciendo,
aparecieron dos nuevas esferas.
-¡Más hadas! –celebró la niña.
-Tk tk tk tk tk -decían las recién llegadas-. Tk tk tk tk –respondía la otra.
-¡Ho ho ho ho ho! –gorgojeaba Jalil emocionada, que las veía ir y venir, girar entorno a ella haciéndole cosquillas. De algún modo entendió que estaban deliberando si llevarla, o no-. ¡Si, si, quiero ir. Seré buena, lo prometo! –decía más para ella que para las hadas. Se imaginaba el reino de los Hijos de la Tierra. A los hermosos elfos en sus armaduras plateada junto a los terribles orcos con las suyas de hierro. ¡Oh, las ninfas, las sílfides! ¡¿Habría lugar para la sirenas?!
-Tk tk tk tk tk -decían las recién llegadas-. Tk tk tk tk –respondía la otra.
-¡Ho ho ho ho ho! –gorgojeaba Jalil emocionada, que las veía ir y venir, girar entorno a ella haciéndole cosquillas. De algún modo entendió que estaban deliberando si llevarla, o no-. ¡Si, si, quiero ir. Seré buena, lo prometo! –decía más para ella que para las hadas. Se imaginaba el reino de los Hijos de la Tierra. A los hermosos elfos en sus armaduras plateada junto a los terribles orcos con las suyas de hierro. ¡Oh, las ninfas, las sílfides! ¡¿Habría lugar para la sirenas?!
En
eso un de ellas dio un ultimo “tk tk tk tk tk”. Por fin se habían
puesto de acuerdo. De algún lugar se escuchó un sonido profundo y grabe.
Jalil lo comparó con el rugir de un cuerno de batalla. Era de una
puerta que se abría en medio del bosque. No tenía marco y parecía no ir a
ningún lugar. Irradiaba una luz blanca que no permitió ver en su
interior. Pero ella no tuvo duda. Llevaba a otra dimensión, al mundo de
los duendes.
Las
esferas se posaron en el piso. Ante la luz blanca se podía ver su
forma. Eran unos hombrecitos verdes, menudos y delgados de grandes ojos
negros. Sus alas eran como de libélulas, delicadas y traslucidas.
Cogieron
a Jalil de las manos, y la llevaron hacía la luz. ¡Era tan emocionante!
La niña miró atrás por ultima vez. No le dio tiempo de pensar en nada.
Uno de ellos le puso la mano en la espalda apresurándola con gentileza.
Cerró los ojos. Estaba deslumbrada. La luz era calida. Entró con una
enorme sonrisa, y se cerró la puerta.
Antes
de despegar, la nave perdió su camuflaje. Era una esfera plateada, una
gigantesca perla de mar. Vibró un segundo, y salió disparada como un
cometa silencioso hacía el espacio. En su interior, los extraterrestres
ya se estaban comiendo a Jalil.
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